Como las casualidades no existen, en este viaje programado para visitar a mi amiga Marisa, tuve la oportunidad de compartir un encuentro familiar en Ortona, hermosa ciudad del Adriático que se encuentra a pocos minutos de Ari, en Chieti, el pueblito donde nació mi abuelo. Y mis amigos me llevaron hasta allí.
Nosotros lo llamábamos abuelo Nicola, sin embargo en su documento de identidad su nombre era otro, muy común en Italia: Carmine. Carmine Mariani. Alguien en la aduana de Buenos Aires cuando este niño de 14 años llegó, supuso que Carmine era nombre de mujer, entonces lo anotó como Nicola, y así con ese nombre entrañable lo llamamos siempre y lo recordamos hoy.
Mi abuelo decía que él era del Abruzzo, y ahora me doy cuenta de que él nombraba una región, como si nosotros dijéramos Cuyo, Mesopotamia o la Patagonia. Nunca salió de su boca- por lo menos yo nunca le escuché- nombrar a ese pueblito o paese con la palabra de solo tres letras: Ari, en la provincia de Chieti.
Mi abuelo vivió muchos años, más de ochenta. Tuvo una vida buena, honesta. Formó su familia, tuvo un hijo y una hija, cinco nietos. Trabajó como obrero textil en la Fabril Financiera en Bernal, cultivaba su huerta, sabía mucho de albañilería, le encantaba mantener su casa impecable. Era un hombre de pocas palabras, de sonrisa pícara y de abrazo fuerte.
Nacido por los años de la primera Guerra Mundial, me pregunto qué hambre, qué necesidades familiares y sociales habrán llevado a decidir a una madre campesina a poner a su hijo de 14 años en un barco en el puerto de Nápoles rumbo al puerto de Buenos Aires.
Ahora que estuve en su pueblo de nacimiento me doy cuenta de que mi abuelo, como tantos otros, fueron expulsados del paraíso. Un caserío entre la montaña y el mar. En medio de la naturaleza. Rodeado de caras conocidas. ¿Qué habrá sentido mi abuelo cuando bajó del barco y se encontró con la "cabeza de Goliat", "la ciudad que nunca duerme", la misteriosa Buenos Aires?
La suerte lo llevó a Bernal, la pequeña ciudad del partido de Quilmes, que aún conserva su aire pueblerino. Me imagino que sería en aquel tiempo tranquila y llena de quintas. Seguramente allí mi abuelo se habrá sentido a gusto.
En cada casa en la que vivió, don Nicola trató de reproducir la belleza que ahora les voy a mostrar en las fotos que saqué en Ari. Las macetas con malvones y geranios, las veredas impecables, la huerta, las mesas con azulejos.
Nicola tuvo una vida buena, sí. Se casó con mi abuela María, le dio todos los gustos, tuvo sus perritos, amaba a sus nietos, andaba en bicicleta, se cocinaba sus guisos. Se sentaba a mirar orgulloso su jardín.
Era mi abuelo materno, el único que conocí. Mi mamá lo amaba, con un amor digno de Electra. Él también la amba pero tuvo que tragarse muchas amarguras que no viene al caso contar en esta entrada. La más díficil de digerir fue la muerte de su hija cuando ella tenía 49 años y él un poco más de 70. Yo recuerdo la dignidad con la que vivió ese dolor.
Si mi abuelo Nicola pudiera ver allí donde esté estas fotos, estoy segura de que se pondría muy contento y orgulloso, porque su pueblo está "tutto a posto", hermoso, armonioso, bello.
Ahora que conozco de dónde viene lo entiendo más.
Ah, qué entrada tan preciosa... Los que venimos de los barcos (que somos la mayoría de los argentinos), no podemos dejar de conmovernos con estas historias. Y qué lindo la contás! Mientras te leía pensé muy mucho en un librito preciso que, si no leíste, te recomiendo de corazón: "Stefano", de María Teresa Andruetto, que narra el desarraigo de su abuelo que-como el tuyo- dejó su patri siendo un adolesccente para recalar en esta tierra. Eso sí, leelo con un pañuelito a mano porque vas a llorar mucho! :-)
ResponderEliminarUn abrazo, y que sigas disfrutando de este viaje tan hermoso.
¡Hola Betina! ¡Qué alegría tan grande me da compartir estas experiencias con vos! Voy a buscar la novela, me encanta la Andruetto! Hoy leí por recomendación de mi amiga, en italiano, todo un desafío para mí, "Novecento" de Baricco que también toca el tema de los barcos... Cuántas historias para contar todavía... Abrazos.
ResponderEliminarCuánta emoción, me quedé con piel de gallina y lágrimas en los ojos... Qué triste y descarnado ha de haber sido ese desarraigo. Y cuántas historias similares habrá. Ese lugar sí que era el paraíso, y lo describen tan bien tus textos y fotos. Besos, seguí disfrutando!
ResponderEliminarDiana
Hola Diana, me dio mucha paz y mucha alegría llegar a ese lugar. La satisfacción de un ciclo que se cierra. Me siento muy agradecida a la vida y a mis amigos que me llevaron allí, porque sola no hubiera sido la misma experiencia.
Eliminarque hermoso lugar y entrada, recién la veo... cuando uno dice vino de " un pueblo" ni se imagina algo asi, yo pienso, casas, tierra, algo genèrico sin identidad, no se. esto es genial y es bueno que lo hayas caminado ahora, con toda tu experiencia y sensibilidad que te caracterizan. cuando vaya, también voy a ir. besos
ResponderEliminarYo sentí lo mismo, un pueblito... y me encontré con un lugar mágico. Impecable, cuidado, con su escuela, su plaza, su comune, sus casas con jardines perfectos, la parte vieja puesta en valor. Un lugar hermoso, digno de mi abuelo.
EliminarHola Liliana, qué lindo tu blog, buscando el pueblo de mi abuelo que también nació en Chieti me encontré con tu blog, te felicito. Esta muy lindo, emotivo e interesante.
ResponderEliminarNo sé realmente en que pueblo habrá nacido mi abuelo, pero era muy chico cuando vino a Argentina, 14 o 15 años. Evidentemente la situación en Italia no era muy buena. Miles de personas salieron de esos hermosos pueblos para llegar a un país donde si bien había comida, las condiciones sociales no eran las más adecuadas, al menos en esos años, 1920, 1924. Marta