Cantora, intérprete, imaga de la tierra, Liliana Herrero vino a mi barrio y cantó en un lugar a mi medida.
Ya no sé si lo viví o lo soñé, pero en este lugar, en una mesita de
madera rústica, en el viejo comedor de una fábrica abandonada, me hice adicta a la buena costumbre de ir caminando con amigos al encuentro de la buena
música. La entrada es un bono para el artista que nunca supera los 250
pesos y el espacio se solventa con las empanadas, el vinito o los deliciosos guisos
que preparan para los asistentes.
Todo en Interlunio Club Cultural es cálido, armonioso y muy íntimo. Aquí pude emocionarme con Verónica
Condomí, Gabo Ferro, Daniel Drexler. Me perdí a Fandermole y a Cabrera, pero no pierdo las
esperanzas de que vuelvan por acá. Y lo mejor es que siempre calientan el
escenario bandas quilmeñas de una calidad exquisita, elegidas con cuidado para
que dialoguen con la poética de las estrellas invitadas. En esta oportunidad se
lució el dúo Costurero.
Volviendo a Liliana Herrero, cantó con dos músicos espectaculares, Pedro
Rossi, guitarrista y voz y el percusionista de lujo Mario Gusso. Y ella, con humildad
y sabiduría nos entregó un recital variado en el que le dio vida a la poesía de
canciones preciosas del Cuchi Leguizamón, de Falú, de Ana Prada, de Fernando
Cabrera, de Fito Páez... Y otras que no me acuerdo, porque en mi ignorancia
nunca había escuchado.
Cuando canta Liliana mueve los brazos como alas y sonríe con los ojos,
con el alma. Nos sumerge en el reflejo del agua barrosa que trae una zamba o
nos explica que el corazón es una achura que es mejor asar al fuego lento del
amor.
A mí todo el tiempo me corrían las lágrimas y se me escurrían por la
sonrisa... Esa sensación de plenitud que me provoca el arte cuando es vida y es
amor. Una sensación de intimidad, de ternura y humanidad.
Por eso, a mí, no me alcanzó con aplaudir. Cuando terminó con varios
bises, me paré y le grité: "Gracias, Liliana".
Aquí de yapa, mi canción favorita de todo el recital, "La casa de al lado" de Fernando Cabrera, letra y música:
No hay tiempo, no hay hora, no hay reloj,
no hay antes ni luego
ni tal vez,
no hay lejos, ni
viejos, ni jamás,
en esa olvidada
invalidez.
Si todos se ponen a
pensar,
la vida es más larga
cada vez,
te apuesto mi vida
una vez más,
aquí no hay durante
ni después.
Dejá, no me lo
repitas más,
nosotros y ellos, vos
y yo,
que nadie se ponga en
mi lugar,
que nadie me
mida el corazón.
La calle se empieza a
incomodar,
el baile del año
terminó,
los carros se
encargan de cargar
los restos del
roto corazón.
Aquí no hay
tango,
no hay tongo ni
engaño,
aquí no hay
daño
que dure cien años,
por fin buen tiempo,
aunque no hay
un mango,
estoy llorando
estoy me
acostumbrando.
Acá en esta cuadra
viven mil,
clavamos el
tiempo en un cartel,
somos como brujos del
reloj,
ninguno parece
envejecer,
Mi abuelo me dijo la
otra vez,
me dijo mi abuelo que
tal vez,
su abuelo le sepa
responder
si el tiempo es más
largo cada vez.
Se pasa el año, se
pasa volando,
ya no hay más nadie
que pueda alcanzarlo,
y yo mirando sentada
en el campo,
cómo se pasa el año
volando.
No pasa el tiempo, no
pasan los años,
inventa cosas con
cosas de antaño,
a nadie espera la
casa de al lado,
se va acordando,
se acuerda soñando.
(Letra y Música:
Fernando Cabrera)
Gracias Lili,muy bueno.Berta.
ResponderEliminarMuchas gracias, Berta.
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