Mar del Plata está entre los recuerdos placenteros más antiguos de mi vida, allí mis ojos pequeños conocieron la inmensidad del mar. Allí veraneamos con mi familia, en La Perla. E indefectiblemente, cada vez que tomo la ruta 2 aparecen esos recuerdos de otros viajes en los que viajaba atrás en la estanciera verde musgo de mi papá, al lado de mi hermana Miriam y de la Gina, nuestra perra.
Y mucho más atrás, el recuerdo se entrelaza con lo fijado por las fotos familiares. A los tres años con mi malla roja nido de abeja y mi mamá embarazada, mi papá tan flaco y contento y mi abuelo italiano.
Luego volví muchas veces a Mar del Plata, y realmente la prefiero fuera de temporada, con sus imponentes vistas y tantos kilómetros para caminar disfrutando del mar.
En vísperas de esta esperada primavera, tuve la suerte de pasar tres lindos días soleados. Y esta vez no es de la hermosa Mar del Plata de la rambla, el Provincial y los lobos marinos, la que aparece siempre en los programas del verano de la que quiero hablar. Sino de la Mar del Plata pintoresquista de las exquisitas construcciones del siglo pasado.
Ah, la bella, bella Mar del Plata, la ciudad feliz.
Aquí van algunas fotos tomadas aquí y allá:
La Villa Ortiz Basualdo, en la avenida Colón, que encierra una fabulosa colección de dibujos y pinturas de Juan Carlos Castagnino:
Otras casonas imponentes o "villas" que resisten soberbias el embate del tiempo:
Y la magnífica Villa Ocampo, un viaje al pasado... Absolutamente de madera, pisos, paredes y cielos rasos, una bellísima casa veraniega donde Victoria Ocampo, su familia y sus numerosos amigos destacados, entre ellos Borges, por ejemplo, pasaban largas temporadas de ocio entre tanta belleza.
Victoria con la pequeña Silvina |