A mi querida amiga Sandra, que aprendió la lengua de mis antepasados
Una calle y un festival dedicados al maestro del bandoneón
"Sí, es cierto, soy un enemigo del tango; pero del tango como ellos lo
entienden. Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el
farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de
Buenos Aires. Somos muchos los que queremos cambiar el tango, pero estos
señores que me atacan no lo entienden ni lo van a entender jamás. Yo
voy a seguir adelante, a pesar de ellos."
Astor Piazzolla, revista Antena, Buenos Aires, 1954.
Hoy, 11 de marzo, aniversario del nacimiento de Astor Piazzolla, es un buen día para que en la sección "Los clásicos" le dedique una entrada a este obstinado marplatense, ciudadano del mundo. Con su oído atento a los sonidos de la ciudad y un virtuosismo apabullante, se convirtió en la banda sonora del Buenos Aires de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo este músico único, como muchos otros grandes, no ha sido profeta en su tierra, le costó mucho hacerse un lugar junto a los grandes del tango, y ser aceptado como parte de la más genuina música urbana nacional.
Aunque el tango estuvo desde siempre, recién el año pasado apareció en mí con toda su potencia, en la necesidad de escucharlo y de cantarlo. Y eso es raro, porque me crié "oyendo" ( no escuchando) tangos. Mi casa de la infancia estaba pegada a la carnicería de mi padre, quien ni bien comenzaba la mañana encendía su vieja radio de madera y la dejaba todo el día en una estación de tango. Tangos que mi mamá cantaba mientras lavaba los platos. Tangos a toda hora que se fueron filtrando en mi inconsciente, muy a mi pesar. Porque en mi adolescencia, como la mayoría de los jóvenes de mi época, yo odiaba el tango. Sin embargo, en la década del setenta, Amelita Baltar, con su interpretación de "Balada para un loco" y "Chiquilín de Bachín" me hizo estremecer en alguno de los interminables "Sabados circulares" de Pipo Mancera.
Fue mucho después, cuando yo realmente conocí a Piazzolla. Y fue por Jaime, mi suegro. Muchos domingos de almuerzo familiar, llegábamos a su casa y él estaba sentado en el living con un disco de Piazzolla a máximo volumen, el aire electrizado por esas fugas y contrapuntos de un bandoneón milonguero, esos violines rechinantes como neumáticos en el asfalto caliente.
Pero no fue en mi casa ni en la casa de mis suegros donde lo encontré en toda su monumental estatura sino el año pasado, a muchos kilómetros, en un pequeño pueblito de Alemania.
En julio fui a visitar a mi amiga Sandra que vive en Munich. Por muchas razones fue un viaje de encuentros con mis raíces, con el idioma de mis abuelos paternos, con una cultura y un modo de vida que me hicieron sentir en mi casa a pesar de no saber hablar alemán. La primera sorpresa fue saber que el barrio donde estuve alojada, a unas 15 cuadras de Marianplatz, se llama Schwabing, ¡o sea que tengo un barrio con mi apellido en este mundo!
Mi amiga es cantante y yo ya sabía antes de ir que uno de los fines de semana de mi estadía lo pasaríamos en un festival dedicado a Piazzolla en un pequeño pueblito de Baviera, donde ella estaba invitada a participar. Es así como salimos temprano de Munich ese sábado 23 de julio, en una fresca y lluviosa mañana de verano; atravesamos las típicas verdes praderas y vacas pastando, pequeños caseríos con sus bellas casitas con balcones decorados con flores hasta llegar a un pequeño pueblo campesino, Alteiselfing.
Para mi sorpresa, cuando nos bajamos en la casa de los padres de Josef Huber, el organizador del evento, vi un pequeño callejón en el que lucía orgulloso el flamante cartel con el nombre de Astor Piazzolla: Piazzollaweg. El día anterior, se había hecho la inauguración con un acto oficial con autoridades locales y una fiesta.
Como Sandra tenía que ensayar, con mi amigo Axel pasamos la tarde recorriendo a pie la cercana ciudad medieval de Wasserburg y a la tardecita llegamos a la gran y única cervecería del pueblo, con un bellísimo salón comedor y arriba un auditorio preparado para una numerosa audiencia.
Era como la preparación de una gran fiesta familiar. Allí estaba Traudi, la esposa de Josef ordenando los afiches y las entradas; su cuñada y sus sobrinas, decorando con rosas rococó y flores silvestres las mesas; los sobrinos, y hermanos ordenando las sillas. Debo confesar mi incredulidad en los momentos previos a la hora de la función. ¿Para qué tantas sillas?, me preguntaba. ¿Quién puede venir a escuchar tango a la noche, a un pueblito con olor a estiércol y alfalfa?
Pero, puntualísimos, fueron llegando, con sus mejores galas, muchos espectadores. Señoras rubias, como mis tías, con sus collarcitos de perlas y sus zapatitos de taco. Parejas jóvenes, familias. Una nutrida y ordenada concurrencia fue llenando la sala.
Esa noche era la velada dedicada a Aires de Tango, por eso el espectáculo inició cuando con un vestido rojo, apareció en escena la solista del grupo, Sandra Nahabián, cantante lírica quilmeña radicada hace más de 15 años en Munich.
Sandra presentó cada tema en alemán, demostrando una cálida comunicación con el público. Traducía las letras de los tangos, explicaba algunos modismos o costumbres, que para mi sorpresa despertaban mucho interés, risas y aplausos en la platea. Pero cuando empezaba a cantar, en nuestra lengua., sentía que me cantaba sólo a mí. A mí que había tenido que viajar tan lejos de casa, para comprender que esos tangos escuchados en la infancia, me devolvían por un instante mágico a mis padres, me hacían viajar a un patio, a una cocina, al olor del hogar de mi niñez, es decir, a "mi patria".
El recital, compuesto por tangos de Eladia Blázquez, milongas, y el infaltable "Chiquilín de Bachín", fue acompañado por los expertos bandoneonistas Josef Huber y Josef Fürpass y la guitarrista Kathrin Vogt, que en todo momento demostraron pasión por el tango y gran conocimiento formal de la técnica y el estilo de este género porteño.
Cuando terminó la función, con el aplauso entusiasta del público, fuimos a cenar al salón comedor y luego empezó la milonga. Fue muy difícil explicarles a todos, que yo no sabía bailar el tango, como casi ninguna de las mujeres de mi generación. Me perdí muchas invitaciones pero no me importó, porque ver bailar a estas expertas parejas alemanas fue todo otro espectáculo para mí. Las mujeres con sus zapatos y polleras tangueras, los varones con toda la virilidad y la elegancia, ponían en práctica lo aprendido durante las clases de tango que tantos alemanes toman semanalmente para ir a las tantas milongas que funcionan en Munich. Algo notable, ¿no?
Después fuimos alojados en una casita de cuento, una cama con edredón de plumas, despertar con el canto de los pájaros y los mugidos de las vacas y uno de los mejores desayunos de mi vida en la gran mesa familiar de los padres de Josef, orgullosos de esta iniciativa de su hijo, de esta gran "patriada", valga la paradoja, para homenajear a un grande cuya patria es el mundo.
Gracias Josef, por des-velarme con tu amor y tu pasión a Astor Piazzolla. Hoy quería recordarlo en su cumpleaños de este modo. Porque un artista grande como él nunca muere, sigue vivo en su música y en el bandoneón de músicos como vos que lo honran con la música y con la vida.
* Todas las fotografías fueron tomadas prestadas de la web http://www.piazzollaweg.de/
En julio fui a visitar a mi amiga Sandra que vive en Munich. Por muchas razones fue un viaje de encuentros con mis raíces, con el idioma de mis abuelos paternos, con una cultura y un modo de vida que me hicieron sentir en mi casa a pesar de no saber hablar alemán. La primera sorpresa fue saber que el barrio donde estuve alojada, a unas 15 cuadras de Marianplatz, se llama Schwabing, ¡o sea que tengo un barrio con mi apellido en este mundo!
Mi amiga es cantante y yo ya sabía antes de ir que uno de los fines de semana de mi estadía lo pasaríamos en un festival dedicado a Piazzolla en un pequeño pueblito de Baviera, donde ella estaba invitada a participar. Es así como salimos temprano de Munich ese sábado 23 de julio, en una fresca y lluviosa mañana de verano; atravesamos las típicas verdes praderas y vacas pastando, pequeños caseríos con sus bellas casitas con balcones decorados con flores hasta llegar a un pequeño pueblo campesino, Alteiselfing.
Para mi sorpresa, cuando nos bajamos en la casa de los padres de Josef Huber, el organizador del evento, vi un pequeño callejón en el que lucía orgulloso el flamante cartel con el nombre de Astor Piazzolla: Piazzollaweg. El día anterior, se había hecho la inauguración con un acto oficial con autoridades locales y una fiesta.
Como Sandra tenía que ensayar, con mi amigo Axel pasamos la tarde recorriendo a pie la cercana ciudad medieval de Wasserburg y a la tardecita llegamos a la gran y única cervecería del pueblo, con un bellísimo salón comedor y arriba un auditorio preparado para una numerosa audiencia.
Era como la preparación de una gran fiesta familiar. Allí estaba Traudi, la esposa de Josef ordenando los afiches y las entradas; su cuñada y sus sobrinas, decorando con rosas rococó y flores silvestres las mesas; los sobrinos, y hermanos ordenando las sillas. Debo confesar mi incredulidad en los momentos previos a la hora de la función. ¿Para qué tantas sillas?, me preguntaba. ¿Quién puede venir a escuchar tango a la noche, a un pueblito con olor a estiércol y alfalfa?
Pero, puntualísimos, fueron llegando, con sus mejores galas, muchos espectadores. Señoras rubias, como mis tías, con sus collarcitos de perlas y sus zapatitos de taco. Parejas jóvenes, familias. Una nutrida y ordenada concurrencia fue llenando la sala.
Esa noche era la velada dedicada a Aires de Tango, por eso el espectáculo inició cuando con un vestido rojo, apareció en escena la solista del grupo, Sandra Nahabián, cantante lírica quilmeña radicada hace más de 15 años en Munich.
Sandra presentó cada tema en alemán, demostrando una cálida comunicación con el público. Traducía las letras de los tangos, explicaba algunos modismos o costumbres, que para mi sorpresa despertaban mucho interés, risas y aplausos en la platea. Pero cuando empezaba a cantar, en nuestra lengua., sentía que me cantaba sólo a mí. A mí que había tenido que viajar tan lejos de casa, para comprender que esos tangos escuchados en la infancia, me devolvían por un instante mágico a mis padres, me hacían viajar a un patio, a una cocina, al olor del hogar de mi niñez, es decir, a "mi patria".
El recital, compuesto por tangos de Eladia Blázquez, milongas, y el infaltable "Chiquilín de Bachín", fue acompañado por los expertos bandoneonistas Josef Huber y Josef Fürpass y la guitarrista Kathrin Vogt, que en todo momento demostraron pasión por el tango y gran conocimiento formal de la técnica y el estilo de este género porteño.
Cuando terminó la función, con el aplauso entusiasta del público, fuimos a cenar al salón comedor y luego empezó la milonga. Fue muy difícil explicarles a todos, que yo no sabía bailar el tango, como casi ninguna de las mujeres de mi generación. Me perdí muchas invitaciones pero no me importó, porque ver bailar a estas expertas parejas alemanas fue todo otro espectáculo para mí. Las mujeres con sus zapatos y polleras tangueras, los varones con toda la virilidad y la elegancia, ponían en práctica lo aprendido durante las clases de tango que tantos alemanes toman semanalmente para ir a las tantas milongas que funcionan en Munich. Algo notable, ¿no?
Después fuimos alojados en una casita de cuento, una cama con edredón de plumas, despertar con el canto de los pájaros y los mugidos de las vacas y uno de los mejores desayunos de mi vida en la gran mesa familiar de los padres de Josef, orgullosos de esta iniciativa de su hijo, de esta gran "patriada", valga la paradoja, para homenajear a un grande cuya patria es el mundo.
Gracias Josef, por des-velarme con tu amor y tu pasión a Astor Piazzolla. Hoy quería recordarlo en su cumpleaños de este modo. Porque un artista grande como él nunca muere, sigue vivo en su música y en el bandoneón de músicos como vos que lo honran con la música y con la vida.
* Todas las fotografías fueron tomadas prestadas de la web http://www.piazzollaweg.de/
que crónica increíble, de cuento como vos decis, vacas pastando, pajaros cantando, flores en los balcones que se yo... todo parece mágico narrado tan magistralmente por vos, que cada vez escribís mejor... algún día me gustaría conocerte y conversar largo y tendido...
ResponderEliminarEleonora:
ResponderEliminarBuenísimo lo que escribís y como vas concatenando todos los hechos de tu vida,tu casa, tus vivencias.
Mirá donde vas a reencontrarte con Piazzolla, tan lejos y tan cerca...no?
Querida amiga,
ResponderEliminarme desplumáste, me hiciste pública en tu Blog, es muy fuerte...
Estoy llena de sorpresa y de emoción por este relato, que además de estar hermosamente escrito (coincido con "Anónimo"), me remonta a ese momento que para mí también fué muy especial y me hace conocer otros, como los que tuviste con el querido Jaime.
Si tu alma, siempre despierta, viéndolo todo, oliéndolo todo, vino a buscar algo aquí, y pude de alguna manera acompaniarte, eso me hace inmensamente feliz.
Gracias, sobre todo por esta amistad entraniable.
Sandra.
Gracias, a los tres. A Anónimo, a mi querido Dani y a mi amiga del alma a quien dediqué esta entrada.
ResponderEliminarDesde que volví de Munich que quería escribir la crónica de esta experiencia mágica y el aniversario del nacimiento de Piazzolla me pareció muy buena oportunidad.