El escondido fuego de Valparaíso
Valparaíso, Patrimonio de la Humanidad.
Valparaíso, Capital Cultural de Chile.
Valparaíso, Joya del Pacífico.
Valparaíso es un tesoro raro en este mundo. Vale la pena cruzar la cordillera para soprenderse con esta cuidad loca, bohemia, incomprensible. Construida sobre 42 cerros sobre una imponente bahía del Océano Pacífico, esta ciudad es del mundo y del tiempo.
No me imagino cuánto tiempo se necesita para recorrerla, yo solamente estuve tres días y apenas me alcanzaron para subir y bajar esas callecitas empedradas, sorprenderme con los callejones y escaleras escondidas, quedarme extasiada mirando desde los infinitos miradores, caminar por el puerto, visitar La Sebastiana...
En Valparaíso estalla el color en cada pared, en cada puerta, en cada mural. El acanalado finito de las chapas que cubren paredes y techos le dan una fisonomía única, la llenan de movimiento. Las casas señoriales de principios del siglo pasado conviven con los almacenes, los barcitos, las casa bajas. En algunas, el tiempo ha trabajado las maderas, los vidrios y los metales pero cada rotura, cada superficie oxidada parece tallada por la mano de un artista.
Las calles tienen nombres europeos, clara evidencia de las distintas colectividades que fueron forjando esta ciudad onírica, extranjera e íntima a la vez: avenida Alemania, Paseo Yugoslavo, avenida Gran Bretaña. Ha sufrido los embates de la naturaleza: incendios, terremotos, maremotos. Este año gran parte de sus barrios periféricos fueron destruídos por un imponente incendio, las noticias corrieron por el mundo como las llamas y muchos turistas preocupados cancelaron sus reservas, la dieron por muerta. Pero Valparaíso sigue viva y bella en su patrimonio, esperando con los brazos abiertos la vista de los viajeros que saben mirar.
Y los dejo con Neruda, él que la eligió como morada le dedicó esta bella Oda elemental:
Oda a Valparaíso, Pablo Neruda
Valparaíso,
qué disparate
eres,
qué loco,
puerto loco,
qué cabeza
con cerros,
desgreñada,
no acabas
de peinarte,
nunca
tuviste
tiempo de vestirte,
siempre
te sorprendió
la vida,
te despertó la muerte,
en camisa,
en largos calzoncillos
con flecos de colores,
desnudo
con un nombre
tatuado en la barriga,
y con sombrero,
te agarró el terremoto,
corriste
enloquecido,
te quebraste las uñas,
se movieron
las aguas y las piedras,
las veredas,
el mar,
la noche,
tú dormías
en tierra,
cansado
de tus navegaciones,
y la tierra,
furiosa,
levantó su oleaje
más tempestuoso
que el vendaval marino,
el polvo
te cubría
los ojos,
las llamas
quemaban tus zapatos,
las sólidas
casas de los banqueros
trepidaban
como heridas ballenas,
mientras arriba
las casas de los pobres
saltaban
al vacio
como aves
prisioneras
que probando las alas
se desploman.
Pronto,
Valparaíso,
marinero,
te olvidas
de las lágrimas,
vuelves
a colgar tus moradas,
a pintar puertas
verdes,
ventanas
amarillas,
todo
lo transformas en nave,
eres
la remendada proa
de un pequeño,
valeroso
navío.
La tempestad corona
con espuma
tus cordeles que cantan
y la luz del océano
hace temblar camisas
y banderas
en tu vacilación indestructible.
Estrella
oscura
eres
de lejos,
en la altura de la costa
resplandeces
y pronto
entregas
tu escondido fuego,
el vaivén
de tus sordos callejones,
el desenfado
de tu movimiento,
la claridad
de tu marinería.
Aquí termino, es esta
oda,
Valparaíso,
tan pequeña
como una camiseta
desvalida,
colgando
en tus ventanas harapientas
meciéndose
en el viento
del océano,
impregnándose
de todos
los dolores
de tu suelo,
recibiendo
el rocío
de los mares, el beso
del ancho mar colérico
que con toda su fuerza
golpeándose en tu piedra
no pudo
derribarte,
porque en tu pecho austral
están tatuadas
la lucha,
la esperanza,
la solidaridad
y la alegría
como anclas
que resisten
las olas de la tierra.