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lunes, 30 de octubre de 2017

Loving Vincent, de Dorota Kobiela y Hugh Welchman

La emoción de las pinceladas más famosas del mundo




Ese anochecer del 27 de julio de 1890, el forastero loco que pintaba lo cotidiano, llegó tambaléandose a la pobre pensión en la que se hospedaba en la pequeña aldea de la campiña francesa. El pintor no regresaba como siempre con su caballete y su maletín,  sino que sus manos intentaban detener la sangre que manaba de la herida de bala alojada en su vientre. ¿Suicidio? ¿Homicidio? 
Ese despreciado pintor era Vincent van Gogh, entonces un artista poco conocido, incomprendido y solitario. Ese mismo que hoy es el pintor más famoso, amado y valorado en todo el mundo. Su triste historia contrasta con la alegría vital de sus pinturas, que reinventan los colores con su pinceladas características.

Loving Vincent retoma ese misterio que rodea el final de su vida para darle un excelente esqueleto narrativo a esta película de 95 minutos hecha con 65.000 pinturas al óleo pintadas por un equipo de 100 artistas. La elección del joven de la chaqueta amarilla, personaje pintado por Van Gogh en Arlés, es ideal para ese rol de detective de policial negro que se involucra con los interrogantes de esta muerte dudosa.

Loving Vincent es fruto de la pasión por el artista de su guionista y directora, Dorota Kobiela y de la utopía, primera mano imposible, de realizar un largometraje animado con óleos del pintor. Por eso, para quienes entramos al arte de la mano de la admiración por Vincent, es una película atrapante y emocionante desde el primer fotograma.


Yo lloré mucho, aunque no es una película para llorar, lloré porque me conectó con la primera experiencia de placer estético de mi vida, cuando a los 16 años tuve en mis manos el fascículo de su obra en Los Grandes Maestros de la Pintura que el diariero me traía todas las semanas. Recorté los girasoles, los lirios y el cuarto y lo pegué en la puerta de mi habitación adolescente. Y más tarde, cuando empecé a trabajar, compré la reproducción enmarcada del jarrón de girasoles para que mi mamá tuviera una obra de arte en la cocina-comedor.

Más tarde me emocioné con las Cartas a Theo, una de las correspondencias epistolares más humanas y valiosas que leí en mi vida. El amor entre esos hermanos, la pasión por el arte, la soledad no dejan nunca indiferente a quien se asoma a esta historia.


La película, una proeza de la animación, nos hace ingresar a un mundo pintado al óleo, en continuo movimiento, como si la mano de Dios copiara el estilo de Vincent para contar el final de su vida terrenal y reservarse el misterio que encierra todo suicidio. Las escenas en blanco y negro para narrar el pasado son también especialmente bellas, sobre todo las referentes a la infancia del artista.


Vayan, vayan, vayan al cine, los amantes de Vincent. Y los que no, prueben la experiencia. No es Pixar, no es Disney , es una  película sorprendente y exigente para los parámetros del espectador. El largometraje de animación más maravilloso que he visto nunca con esos amarillos, verdes y azules, únicos del pintor más grande de todos los tiempos.

Todos amamos tanto a Vincent. Después de ver esta película en el cine, lo amarán más.




Aquí, en el enlace,  un video imperdible sobre el Making of de Loving Vincent:


Recomiendo entrar a la página oficial para más información y disfrute:
http://lovingvincent.com/

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