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martes, 19 de marzo de 2013

Café Literario: El coronel no tiene quien le escriba, Gabriel García Márquez

Acerca del dolor de tripas, la diabetes y otras desigualdades




El coronel no tiene quien le escriba, la hermosa nouvelle del mago de las palabras volvió a mí  esta semana en que la estoy releyendo con mis alumnos.
No me referiré en esta entrada a todo el texto sino especialmente subrayaré la fuerte oposición que García Márquez condensa en las figuras del coronel y de don Sabas, el compadre diabético del coronel y la fuerza simbólica que cobra su enfermedad en el texto.
Si el coronel es la imagen de la dignidad y la carencia, Don Sabas con su casa de dos pisos y cuerpo obeso representa su exacto opuesto: la obscenidad de la riqueza en un pueblo de desigualdades.
El coronel padece de un dolor de tripas que no es otra enfermedad que el hambre y su mujer es asmática. Ellos carecen de todo, hasta son "huérfanos de hijo" porque a su Agustín se lo han fusilado por distribuir información clandestina en una sociedad en estado de sitio, toque de queda, censura y violencia.
El coronel sufre la peor de las postergaciones, él que ha defendido el tesoro de guerra en la Guerra de los Mil Días, espera desde hace décadas la carta con su merecida pensión, con ansiedad, con vergüenza. Ya lo han vendido todo, sólo le queda su ropa remendada y una olla vacía en la que se hierven piedras para que los vecinos no sospechen la humillación de no tener dos cucharas de café para el desayuno y hay que raspar la lata para engañar al hambre.
Escrita desde su exilio en París y publicada en el año 1961, esta novela nos refleja como latinoamericanos, es un espejo de la historia de nuestra tierra castigada por dictaduras e injusticias, pero en la que late un gallo de riña, que le pelea a la vida y que es símbolo de resistencia y esperanza.


Transcribo el diálogo entre el coronel y don Sabas, en el que se habla de la diabetes, de las desigualdades y de la muerte:

—La lluvia es distinta desde esta ventana —dijo—. Es como si estuviera lloviendo en otro pueblo.
         —La lluvia es la lluvia desde cualquier parte —replicó don Sabas. Puso a hervir la jeringuilla sobre la cubierta de vidrio del escritorio—. Este es un pueblo de mierda.
         El coronel se encogió de hombros. Caminó hacia el interior de la oficina: un salón de baldosas verdes con muebles forrados en telas de colores vivos. Al fondo, amontonados en desorden, sacos de sal, pellejos de miel y sillas de montar. Don Sabas lo siguió con una mirada completamente vacía.
         —Yo en su lugar no pensaría lo mismo —dijo el coronel.
         Se sentó con las piernas cruzadas, fija la mirada tranquila en el hombre inclinado sobre el escritorio. Un hombre pequeño, voluminoso pero de carnes fláccidas, con una tristeza de sapo en los ojos.
         —Hágase ver del médico, compadre —dijo don Sabas—. Usted está un poco fúnebre desde el día del entierro.
         El coronel levantó la cabeza.
         —Estoy perfectamente bien —dijo.
         Don Sabas esperó a que hirviera la jeringuilla. “Si yo pudiera decir lo mismo”, se lamentó. “Dichoso usted que puede comerse un estribo de cobre”. Contempló el peludo envés de sus manos salpicadas de lunares pardos. Usaba una sortija de piedra negra sobre el anillo de matrimonio.
         — Así es —admitió el coronel.
         Don Sabas llamó a su esposa a través de la puerta que comunicaba la oficina con el resto de la casa. Luego inició una adolorida explicación de su régimen alimenticio. Extrajo un frasquito del bolsillo de la camisa y puso sobre el escritorio una pastilla blanca del tamaño de un grano de habichuela.
         —Es un martirio andar con esto por todas partes —dijo—. Es como cargar la muerte en el bolsillo.
         El coronel se acercó al escritorio. Examinó la pastilla en la palma de la mano hasta cuando don Sabas lo invitó a saborearla.
         —Es para endulzar el café —le explicó—. Es azúcar, pero sin azúcar.
         —Por supuesto —dijo el coronel, la saliva impregnada de una dulzura triste—. Es algo así como repicar pero sin campanas.



El Café Literario de Razón del Gusto propone entonces la lectura o re-lectura de esta novela inmortal que se va poniendo mejor con los años y que con su síntesis brilla deslumbrante entre las páginas de García Márquez.



2 comentarios:

  1. Uuuuy..."me" pusiste la "vista dinámica"... Necesito un tiempito para adaptarme al cambio (es como llegar a una casa amiga y no reconocer la fachada)...
    No sé qué me pasó con esta novela de GGM. Hace muchos años la empecé y la dejé varias veces, no me enganché. Incluso, si no me equivoco, tiempo después la canjeé por otro libro en una librería de usados. Ahora, leyendo tu posteo, empiezo a arrepentirme...
    Muy bueno el diálogo que citaste (sigo arrepintiéndome...:)

    Un beso

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  2. Hola, Betina!
    Sí, me "modernicé", ja, ja...
    Muchos me dijeron este diseño les gusta más porque les facilita ir a entradas antiguas. Yo elegí la "flipcard" porque me hace acordar a esos juegos televisivos de las tablitas, tipo "Alcoya, Alcoyana"...
    En cuanto a "El coronel..." coincido con vos en que es un hueso duro de pelar, yo tampoco la acepté cuando salió, me fui aquerenciando con el paso del tiempo. Quizás cuando tuve la obligación de enseñarla, porque apareció en el programa de un examen,y fue analizándola con mis alumnos cuando esta novela fue creciendo y creciendo en mí.
    Engaña porque es un libro flaquito... Pero necesita todo un proceso de digestión. Y tiene, para mi gusto, una exquisitez y una coherencia entre el enunciado y la enunciación que la coloca entre las mejores obras de GGM.
    Un abrazo grande y espero que sigas visitando mi casa a pesar de la nueva decoración...

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