Visitas al blog

martes, 28 de agosto de 2012

Pigmalión según Almodóvar


Desde la década del ochenta que vengo siguiendo a este director único y personalísimo y, a fuerza de pura intuición, fui valorando su obra como el corpus de un gran artista contemporáneo. Almodóvar es un creador que realmente me gusta, me interpela con su audacia y su sensibilidad.


En estos días volví a ver varias de sus películas más representativas y tuve acceso a mucha y variada bibliografía que ha abordado el análisis de la estética y las ideas del manchego.
Hoy, porque sí, porque "La piel que habito" me devolvió a la memoria un mito que aparece en "La Metamorfosis" de Ovidio, y que subyace en el imaginario colectivo de nuestra sociedad occidental ( y patriarcal), recreo el mito de Pigmalión, que me pareció intuir en las oscuras aguas del último film de Almodóvar:

Pigmalión fue un rey de Chipre, un gran escultor, pero se lo conoce porque fue el primer hombre que se enamoró de su propia obra.
Como el hechizante doctor protagonista de la película de Almodóvar, Pigmalión era un perfeccionista que amaba la belleza. Pigmalión esculpió en el mármol más blanco y suave la imagen de Afrodita. Talló en la piedra cada curva de su cuerpo, cada hebra de su cabello, cada uña en la vena de la fría piedra. De la misma manera el doctor Ledgard, modeló a su criatura, hecha de carne anestesiada, con retazos de una piel inventada, invulnerable al fuego, al aguijón, al dolor y a la caricia.


Noche y día, encerrados en sus castillos inexpugnables, Pigamalión trabajó para liberar a Galatea del bloque de mármol. El doctor Ledgard, encerró al mancebo en el cuerpo-cárcel de la mujer más bella del mundo, y así nació Vera. Vera Cruz.
Pigmalión cubrió la blancura del frío mármol con los colores de la piel, dulcemente pintó rubor en las mejillas inocentes y a los ojos sin vida les infundió el negro profundo del deseo. La colocó en un pedestal, desnuda y pudorosa, con la rodilla ligeramente flexionada, como a punto de echarse a andar. Los cabellos ondulados al viento y  la expresión curiosa de Galatea convidaban al sueño enamoradizo del artista.


Cuando el dedo experto del doctor Ledgard confirmó la perfección acabada de su obra, Vera despertó a la belleza y comprendió que en su nuevo cuerpo elástico y simétrico residía su castigo y su cárcel pero también la llave de su salvación.
Pigmalión vivía solo, tenía poco trato con los hombres y desconfiaba de la perfidia de las mujeres... El doctor Ledgard, estaba lleno de ira y sed de venganza, pero cuando ya pensaba que nunca más podría sentir amor, la visión de la belleza imposible creada por sus manos y su mente lo trastornó.
Dicen que Pigmalión compró túnicas de seda, collares y perfumes para su amada de piedra, dicen que el escultor enloqueció de amor y condujo a su creación a su  lecho de sábanas suaves, locamente feliz, buscando el frío abrazo, recelando en la oscuridad de los ojos siempre abiertos y al acecho de su amada inmóvil.


El doctor Ledgard, desoyendo los consejos de Marilia, como un niño que quiere creer, dotó también de caros vestidos de femme fatal a su maniquí humano, cubierto en el pasado con mallas de lycra para velar cada milímetro de piel transgénica.
Una sola noche bastó para olvidar su próposito, su ciencia y soberbia.
Con un tiro certero su criatura abrió la puerta y lo liberó de su obsesión.



lunes, 20 de agosto de 2012

Café Literario: "Una misma noche" de Leopoldo Brizuela

" Y comprendo que la escritura es una manera única de iluminar la conexión entre el pasado y el presente. Y eso me alienta a empezar: no como quien informa, sino como quien descubre"
"Pero para contar la historia, me dije, es preciso ser víctima. Del presente. O su memoria."
"Porque la gente también muere para que podamos hablar"
L.B.


La propuesta para el Café Literario del Mes de Agosto es una novela que vengo esperando desde que leí en el periódico que Leopoldo Brizuela había recibido el Premio Alfaguara 2012 en España
A la vuelta de mis vacaciones de invierno, me lo encontré en la casa de Berta, mi suegra. Ella ya lo había leído con mucho entusiasmo, se lo había recomendado su sobrino que vive en México. Y es que "Una misma noche" es un libro que quema en las manos, se lee de un tirón porque no se puede dejar ( yo me lo tragué en piyamas en un lluvioso día feriado).
La ficción coquetea con la realidad, son muchos los indicios temporales y espaciales que hacen que en nuestra pantalla mental se proyecte nuestra propia historia, nuestra propia vida. Y así,  sin querer, intento ubicar la casa de Tolosa donde vivimos, ¿calle 18 u 8?; las iniciales del narrador protagonista me hacen caer en la trampa y tropiezo con el error imperdonable de asociar autor con narrador... y hasta me emociono hasta las lágrimas cuando en uno de los Juicios por la Verdad relatados aparece, junto al juez Leopoldo Schiffrin, el abogado Elías Grossman: ¿el fantasma de mi queridísimo e inolvidable padre del corazón, el abogado Jaime Glüzmann?
Con una estructura perfecta, dividida en cuatro partes que engarzan la Novela con la Memoria, la Historia y el Sueño, la novela desde la A hasta la Z nos sumerge en una historia reconstruida desde un incidente del presente, un robo en la casa vecina. Las circunstancias parecidas, traen a la memoria de Bazán, el narrador adulto, otra funesta noche de 1976, cuando a los 12 años vio demasiado hasta perder la inocencia y, conoció quizás  antes de tiempo el verdadero rostro del padre.


Con una prosa límpida, con frases contundentes y una profunda investigación sobre la historia de los últimos 40 años en Argentina, Brizuela me hizo estremecer, inquietar y soñar con mi propia adolescencia, con esos años de mi juventud de calles solitarias, toque de queda y silencio. 
Cuando parecería que  la literatura, el teatro, el arte y el cine ya han dicho todo sobre los años de la dictadura, aparece una novela como ésta que nos muestra como en un espejo ese sentimiento contradictorio de los que éramos un poco chicos para la acción pero lo suficientemente grandes para intuir el horror de lo innombrable con lo que debimos convivir, sumergidos en la oscuridad y la culpa.
A la altura de la narrativa consagrada de la literatura argentina, "Una misma noche" no sólo indaga en lo más amargo de nuestra historia sino que como en lo mejor de Bioy o de Borges, encara  el mito del coraje y juega con los límites imprecisos entre la realidad y el sueño. El onírico capítulo W está entre las páginas más bellas que he leído en lengua española. Leonardo Bazán (¿Leopoldo Brizuela?) logra atravesar las pesadillas del miedo a ser cobarde y enfrenta su destino, no a punta de cuchillo sino con el arma poderosa de la escritura que corta y sana.

domingo, 12 de agosto de 2012

Vientos de cambio


 “Es un matrimonio igualitario”, me dice una conocida. “Es un matrimonio”, dirá un día.
P. K.

Hoy varios  usuarios de Facebook, compartieron el artículo de Patricia Kolesnicov, periodista y escritora, que se casó por segunda vez: la primera con un varón, la segunda con una mujer. Y yo festejo estar viva para ser testigo de estos cambios en la sociedad. Mal que les pese todavía a algunos o a muchos, en la Argentina, mi país, hoy en día una pareja que decida formar una familia puede legalizar su unión, sin distinción de géneros. 


Soy consciente de que no se pueden borrar de un plumazo siglos de prejuicios, pero me llena de entusiasmo pensar que la ley que antes encarcelaba o mandaba a fusilar a personas que se atrevían a hacer pública su condición de homosexualidad hoy los ampara para que puedan integrarse a una sociedad que se traga el desconcierto ante lo que no comprende, pero que ya no puede más marginar, hostigar, amordazar a los diferentes bajo la protección de la ley.
Esta hermosa historia, y esta crónica que podría ser el guión de la próxima película de Burman, me trajo a la mente una comedia  norteamericana, que puede conseguirse en DVD y que encontré de causalidad mientras esperaba en la cola del supermercado(es increíble, pero no sé porqué allí, encontré “Blue Velvet” o “Mulholland Drive” de David Lynch, revueltas con DVDs de Karaokes o la saga de Rambo). Se trata de “The kids are all right” o “Mi familia”, título pasteurizado con el que se estrenó por estos lares…


Nic y Jules ( Annette Bening y Julianne Moore), las protagonistas , están casadas desde hace mucho tiempo, son un matrimonio como cualquiera con dos hijos adolescentes que fueron concebidos en el vientre de cada una de ellas por inseminación artificial. El conflicto de la comedia se produce cuando la hija de 18 años decide buscar al donante, es decir a su padre biológico: un Mark Ruffalo, eterno adolescente, que dueño de un importante restaurant orgánico, con su apariencia “cool” y su moto, abre dudas y mueve el piso en una familia, que a pesar de haber luchado mucho para correr tantas barreras sociales, sigue manteniendo principios patriarcales en los roles asumidos en la pareja. “No abolimos el patriarcado. Todo lo que lleva milenios más o menos reglado en una pareja heterosexual –quién paga las cuentas, quién hace la sopa, quién define cuándo lavar los platos– se dirime a facón en una pareja homosexual.”, aclara Pato en su nota (que recomiendo leer completa).
“ El arte y la vida” es una sección de este blog.  Historias como las de Patricia, realmente me hacen pensar que ciertas vidas son una obra de arte y que es cierto que siempre la realidad es más rica e interesante que cualquier ficción.





lunes, 6 de agosto de 2012

Chavela Vargas, el volcán inextinguible

"Piensa en mi
cuando sufras
cuando llores
tambien piensa en mí"



 Sé que no existen las casualidades, lo sé desde hace mucho. Ahora sé que no fue casualidad que el viernes haya empezado un magnífico seminario sobre el cine de Almodóvar con la profesora Carolina Guidice, y que el sábado me haya zambullido en "La flor de mi secreto", y haya vuelto a ver esa escena antológica en la que Marisa Paredes, va a ahogar la tristeza del abandono en una copa en el bar del que es asidua concurrente y en la pantalla de la televisión, después de un bizarro concurso de gritos (esos gritos que ella no puede sacar de sus entrañas) aparezca, en otro canal, Chavela, cantando, Chavela diciendo cada palabra que va llegando al corazón de la protagonista deshaciendo el nudo, allí donde anida la tristeza, y por fin puede llorar. 
No es casual que me haya reencontrado con esta cantante única y se la haya presentado a mi hijo Manuel. Le dije que tenía más de 90 años, una vida de excesos, una vida vivida hasta la médula...
Por eso, cuando uno piensa que algunas personas son eternas, nos sacude la noticia de su muerte. En realidad, nos golpea para recordarnos que ellas vivirán para siempre en su arte, que tendremos, allí, en nuestro corazón por siempre.
Comparto con ustedes esta carta del manchego, que le abrió una puerta en sus películas y en su vida. A través de Almodóvar muchos conocimos a Chavela en los 90 y nos apropiamos de esta cantante singular. Y no digo nada más, ¿qué se puede agregar a palabras como las que siguen?

 

" Durante veinte años la busqué en sus escenarios habituales y desde que la encontré en el diminuto backstage de la madrileña Sala Caracol llevo otros veinte años despidiéndome de ella, hasta esta larguísima despedida, bajo el sol abrasivo del agosto madrileño.
Chavela Vargas hizo del abandono y la desolación una catedral en la que cabíamos todos y de la que se salía reconciliado con los propios errores, y dispuesto a seguir cometiéndolos, a intentarlo de nuevo.
El gran escritor Carlos Monsiváis dijo “Chavela Vargas ha sabido expresar la desolación de las rancheras con la radical desnudez del blues”.  Según el mismo escritor, al prescindir del mariachi Chavela eliminó el carácter festivo de las rancheras, mostrando en toda su desnudez el dolor y la derrota de sus letras. En el caso de “Piensa en mí”, (eso lo digo yo) una especie de danzón de Agustín Lara, Chavela cambió hasta tal punto el compás original que de una canción pizpireta y bailable se convirtió en un fado o una nana dolorida.
Ningún ser vivo cantó con el debido desgarro al genial José Alfredo Jiménez como lo hizo Chavela. “Y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira. Les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca (YO NUNCA, cantaba ella) he llorado”. Chavela creó con el énfasis de los finales de sus canciones un nuevo género que debería llevar su nombre. Las canciones de José Alfredo nacen en los márgenes de la sociedad y hablan de derrotas y abandonos, Chavela añadía una amargura irónica que se sobreponía a la hipocresía del mundo que le había tocado vivir y al que le cantó siempre desafiante. Se regodeaba en los finales, convertía el lamento en himno, te escupía el final a la cara.  Como espectador era una experiencia que me desbordaba, uno no está acostrumbrado a que te pongan un espejo tan cerca de los ojos, el desgarro con tirón final, literalmente me desgarraba. No exagero. Supongo que habrá alguien por ahí que le pasara lo mismo que a mí.
En su segunda vida, cuando ya tenía más de setenta años, el tiempo y Chavela caminaron de la mano, en España encontró una complicidad que Méjico le negó. Y en el seno de esta complicidad Chavela alcanzó una plenitud serena, sus canciones ganaron en dulzura, y desarrolló todo el amor que también anidaba en su repertorio. “Oye, quiero la estrella de eterno fulgor, quiero la copa más fina de cristal para brindar la noche de mi amor. Quiero la alegría de un barco volviendo, y mil campanas de gloria tañendo para brindar la noche de mi amor.” A lo largo de los años noventa y parte de este siglo, Chavela vivió esta noche de amor, eterna y feliz con nuestro país, y como cada espectador, siento que esa noche de amor la vivió exclusivamente conmigo. Chavela te cantaba solo a tí, al oído, y cuando el torrente de su voz fue menos potente, (no hablo de declive, ella no lo conoció, hizo y cantó lo que quiso y como quiso) Chavela se volvió más íntima. Las mejores versiones de “La llorona” las interpretó en sus últimos conciertos. Abordaba la canción con un murmullo, y en ese tono continuaba, recitando palabra por palabra, hasta llegar al épico final. Cantar lo que se dice cantar solo cantaba la última estrofa, de un modo ascendente hasta gritar su última y breve palabra. “Si como te quiero quieres llorona, quieres que te quiera más. Si ya te he dado la vida, llorona, qué más quieres. ¡Quieres MÁS!"  Estremecía escuchar la palabra “más” gritada por Chavela.
La presenté en decenas de ciudades, recuerdo cada una de ellas, los minutos previos al concierto en los camerinos, ella había dejado el alcohol y yo el tabaco y en esos instantes éramos como dos síndromes de abstinencia juntos, ella me comentaba lo bien que le vendría una copita de tequila, para calentar la voz, y yo le decía que me comería un paquete de cigarrillos para combatir la ansiedad, y acabábamos riéndonos, cogidos de la mano, besándonos. Nos hemos besado mucho, conozco muy bien su piel.


Los años de apoteosis española hicieron posible que Chavela debutara en el Olympia de París, una gesta que solo había conseguido la gran Lola Beltrán antes que ella. En el patio de butacas tenía a mi lado a Jeanne Moreau, a veces le traducía alguna estrofa de la canción hasta que Moreau me murmuró “no hace falta, Pedro, la entiendo perfectamente” y no porque supiera español.
Y con su deslumbrante actuación en el Olympia parisino consiguió, por fin, abrir las puertas que más férreamente se le habían cerrado, las del Teatro Bellas Artes de Méjico DF, otro de sus sueños. Antes de la presentación en París un periodista mejicano me agradeció mi generosidad con Chavela. Yo le respondí que lo mío no era generosidad, sino egoísmo, recibía mucho más que daba. También le dije que aunque no creía en la generosidad sí creía en la mezquindad, y me refería justamente al país de cuya cultura Chavela era la embajadora más ardiente. Es cierto que desde que empezara a cantar en los años cincuenta en pequeños antros (¡lo que hubiera dado por conocer El Alacrán, donde debutó con la bailarina exótica Tongolele!) Chavela Vargas fue una diosa, pero una diosa marginal. Me contó que nunca se le permitió cantar en televisión o en un teatro. Después del Olympia su situación cambió radicalmente. Aquella noche, la del Bellas Artes del D.F., también tuve el privilegio de presentarla, Chavela había alcanzado otro de sus sueños y fuimos a celebrarlo y a compartirlo con la persona que más lo merecía, José Alfredo Jiménez, en el bar Tenampa de la Plaza de Garibaldi. Sentados debajo de uno de los murales dedicados al inconmensurable José Alfredo bebimos y cantamos hasta el amanecer (ella no, solo bebió agua aunque al día siguiente los diarios locales titulaban en su portada “Chavela vuelve al trago”). Cantamos hasta el delirio todos los que tuvimos la suerte de acompañarla esa noche, pero sobre todo cantó Chavela, con uno de los mariachis que alquilamos para la ocasión. Era la primera vez que la escuchábamos acompañada por la formación original y típica de las rancheras. Y fue un milagro, de los tantos que he vivido a su lado.
En su última visita a Madrid, en una comida íntima con Elena Benarroch, Mariana Gyalui y Fernando Iglesias, tres días antes de su presentación en la Residencia de Estudiantes, Elena le preguntó si nunca olvidaba las letras de sus canciones. Chavela le respondió: “a veces, pero siempre acabo donde debo”. Me tatuaría esa frase en su honor. ¡Cuántas veces la he visto terminar donde debe! Aquella noche en el indescriptible bar Tenampa, Chavela terminó la noche donde debía, bajo la efigie de su querido compañero de farras José Alfredo, y acompañada de un mariachi. Las canciones que ella desagarró en el pasado, acompañada por dos guitarras, volvieron a sonar lúdicas y festivas, donde y como debía ser. “El último trago” fue aquella noche un delicioso himno a la alegría de haberse bebido todo, de haber amado sin freno y de seguir viva para cantarlo. El abandono se convertía en fiesta.
Hace cuatro años fui a conocer el lugar de Tepoztlán donde vivía, frente a un cerro de nombre impronunciable, el cerro de Chalchitépetl. En esos valles y cerros se rodó Los siete magníficos, que a su vez era la versión americana de Los siete samuráis de Kurosawa. Chavela me cuenta que la leyenda dice que el cerro abrirá sus puertas cuando llegue el próximo Apocalipsis y solo se salvarán los que acierten a entrar en su seno. Me señaló el lugar concreto de la ladera del cerro donde parecían estar dibujadas dichas puertas.
Circulan muchas leyendas, orgánicas, espirituales, vegetales, siderales, en esta zona de Morelos. Además de los cerros, con más roca que tierra, Chavela también convive con un volcán de nombre rotundo, Popocatépetl. Un volcán vivo, con un pasado de amante humano, rendido ante el cuerpo sin vida de su amada. Tomo nota de los nombres en el mismo momento en que salen de los labios de Chavela y le confieso mis dificultades para la pronunciación de las “ptl” finales. Me comenta que durante una época las mujeres tenían prohibido pronunciar estas letras. ¿Por qué? Por el mero hecho de ser mujeres, me responde. Una de las formas más irracionales (todas lo son) de machismo, en un país que no se avergüenza de ello.
En aquella visita también me dijo “estoy tranquila”, y me lo volvió a repetir en Madrid, en sus labios la palabra tranquila cobra todo su significado, está serena, sin miedo, sin angustias, sin expectativas (o con todas, pero eso no se puede explicar), tranquila. También me dijo “una noche me detendré”, y la palabra “detendré” cayó con peso y a la vez ligera, definitiva y a la vez casual. “Poco a poco”, continuó, “sola, y lo disfrutaré”. Eso dijo.
Adiós Chavela, adiós volcán.
Tu esposo, en este mundo, como te gustaba llamarme,
Pedro Almodóvar. "