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domingo, 24 de julio de 2016

Diario de viaje: Palacio Real de Caserta

El palacio soñado por Carlos de Borbón



Cuando conozco sitios como la famosa Reggia de Caserta, Patrimonio de la Unesco, se producen en mí una mezcla de sensaciones contradictorias.

En primer lugar me seduce ese despilfarro de belleza, de parques, de mármoles, de lujo. Siempre me pregunto porqué el poder necesitó en todos los tiempos expresarse en la materialidad de las grandes construcciones arquitéctonicas: catedrales, castillos, palacios me generan al mismo tiempo fastidio y fascinación.


Para solucionar este dilema, me digo a mí misma que estas obras esplendorosas, nacidas de la creatividad de arquitectos, del trabajo de albañiles y quizás esclavos, hoy son lugares que podemos disfrutar todos los seres humanos pagando una mínima entrada de 12 euros, como en este caso.


Para ir a Caserta desde Nápoles o Benevento recomiendo el tren rápido, un poco más caro pero muy cómodo. Si van en verano como yo, madruguen, no se van a arrepentir. Conviene en el mismo palaacio alquilar una bicicleta y recorrer los majestuosos jardines atravesados por una imponente fuente que proviene de una cascada. Una vez que se llega a la fuente principal y al Jardín Inglés, se deja la bici y entramos a un bosquecito en el que lo más notable es el Baño de Venus, la fuente entre piedras y vegetación que reproduce un templo romano. Para todo ese recorrido resérvense por lo menos dos horas porque el parque es enorme.











Al mediodía se puede tomar un refrigerio en el bar dentro del palacio, a precios normales.
Luego, es un placer recorrer las estancias que se encuentran en perfecto estado de conservación.










El palacio está en un proceso de restauración de la fachada posterior y los jardines están bastante descuidados. Sin embargo, esa naturalidad campesina le da los colores del estío y un aire contemporáneo. No puedo imaginarme a ninguna reina o princesa caminando al sol del verano por allí, quizás las llevaran en carruajes... Es más, he leído que ni el rey ni el arquitecto que lo soñaron vivieron lo suficiente para verlo terminado.
Por eso, amigos contemporáneos, apropiénse de ese palacio, por lo menos por un día. Contemplen ese agua verde de los grandes piletones llenos de peces. Examinen con cuidado la belleza de los grupos escultóricos embellecidos por el paso del tiempo, siéntense a la sombra de esos árboles y luego recorran  las estancias con paso lento, disfrutando la frescura de esos ambientes, mientras afuera el sol abrasa.

Y antes de tomar el tren de vuelta festejen con un helado y un café, infaltable modo de celebrar la vida alla italiana.




Para más datos históricos, entren a este link

viernes, 22 de julio de 2016

"Novecento" (Monólogo teatral) de Alessandro Baricco y "La leyenda del pianista en el océano" de Giuseppe Tornatore

La fascinación de una buena historia



Baricco, este autor italiano  tan delicado y sensible, destila emoción en la pieza teatral "Novecento" ( que aclaro no tiene nada que ver con la famosa película de Bertolucci).
Elige el monólogo, que está tan cerca de la narración oral de donde nacen los cuentos, para poner en las palabras de Max Tooney, el trompetista norteamericano del gran buque de pasajeros el Virginian, la fabulosa historia del mejor pianista del mundo que fue su amigo. La historia de Danny Boodman T.D. Lemon Novecento.

Hablar más sería contar la esencia de esta historia tan perfecta, por eso, simplemente, recomiendo la lectura de la obra  y luego el visionado de la película, la genial adaptación que hizo del texto el genial Guiseppe Tornatore, mago de las emociones. 

La reconstrucción histórica, las geniales interpretaciones de los actores Tim Roth y Pruitt Taylor Vince, la fotografía y la música, ah, la música de Enio Morricone seguramente los harán emocionar y reflexionar con esta hermosa leyenda que sin duda es una metáfora de la vida.


Para los que quieran compartir esta doble experiencia que me recomendó mi amiga Marisa, aquí les dejo los enlaces:

 "Novecento" (Monólogo teatral) de Alessandro Baricco (1994)



"La leyenda del pianista en el océano" de Giuseppe Tornatore (1998)



martes, 19 de julio de 2016

Diario de viaje: Ari, Provincia de Chieti, Abruzzo, Italia

En busca del pueblo de mi abuelo Nicola



Como las casualidades no existen, en este viaje programado para visitar a mi amiga Marisa, tuve la oportunidad de compartir un encuentro familiar en Ortona, hermosa ciudad del Adriático que se encuentra a pocos minutos de Ari, en Chieti, el pueblito donde nació mi abuelo. Y mis amigos me llevaron hasta allí.



Para llegar a Ari, este pequeño pueblo de un poco más de 1000 habitantes y de 11,19 km², hay que subir, subir y subir por un camino de curvas y contracurvas entre una enmarañada vegetación con la vista impactante de la campiña. Desde Ari puede verse la franja del mar Adriático y las montañas de la Maiella, segunda cadena más importante de los Apeninos. O sea que yo que lloré de chiquita con  la novela "Corazón, de los Apeninos a los Andes", nunca pensé que mi abuelo venía de allí.


Nosotros lo llamábamos abuelo Nicola, sin embargo en su documento de identidad su nombre era otro, muy común en Italia: Carmine. Carmine Mariani. Alguien en la aduana de Buenos Aires cuando este niño de 14 años llegó, supuso que Carmine era nombre de mujer, entonces lo anotó como Nicola, y así con ese nombre entrañable lo llamamos siempre y lo recordamos hoy.


Mi abuelo decía que él era del Abruzzo, y ahora me doy cuenta de que él nombraba una región, como si nosotros dijéramos Cuyo, Mesopotamia o la Patagonia. Nunca salió de su boca- por lo menos yo nunca le escuché- nombrar a ese pueblito o paese con la palabra de solo tres letras: Ari, en la provincia de Chieti.



Mi abuelo vivió muchos años, más de ochenta. Tuvo una vida buena, honesta. Formó su familia, tuvo un hijo y una hija, cinco nietos. Trabajó como obrero textil en la Fabril Financiera en Bernal, cultivaba su huerta, sabía mucho de albañilería, le encantaba mantener su casa impecable. Era un hombre de pocas palabras, de sonrisa pícara y de abrazo fuerte.


Nacido por los años de la primera Guerra Mundial, me pregunto qué hambre, qué necesidades familiares y sociales habrán llevado a decidir a una madre campesina a poner a su hijo de 14 años en un barco en el puerto de Nápoles rumbo al puerto de Buenos Aires. 


Ahora que estuve en su pueblo de nacimiento me doy cuenta de que mi abuelo, como tantos otros, fueron expulsados del paraíso. Un caserío entre la montaña y el mar. En medio de la naturaleza. Rodeado de caras conocidas. ¿Qué habrá sentido mi abuelo cuando bajó del barco y se encontró con la "cabeza de Goliat", "la ciudad que nunca duerme", la misteriosa Buenos Aires?


La suerte lo llevó a Bernal, la pequeña ciudad del partido de Quilmes, que aún conserva su aire pueblerino. Me imagino que sería en aquel tiempo tranquila y llena de quintas. Seguramente allí mi abuelo se habrá sentido a gusto. 



En cada casa en la que vivió, don Nicola trató de reproducir la belleza que ahora les voy a mostrar en las fotos que saqué en Ari. Las macetas con malvones y geranios, las veredas impecables, la huerta, las mesas con azulejos. 



Nicola tuvo una vida buena, sí. Se casó con mi abuela María, le dio todos los gustos, tuvo sus perritos, amaba a sus nietos, andaba en bicicleta, se cocinaba sus guisos. Se sentaba a mirar orgulloso su jardín. 



Era mi abuelo materno, el único que conocí. Mi mamá lo amaba, con un amor digno de Electra. Él también la amba pero tuvo que tragarse muchas amarguras que no viene al caso contar en esta entrada. La más díficil de digerir fue la muerte de su hija cuando ella tenía 49 años y él un poco más de 70. Yo recuerdo la dignidad con la que vivió ese dolor.


Si mi abuelo Nicola pudiera ver allí donde esté estas fotos, estoy segura de que se pondría muy contento y orgulloso, porque su pueblo está "tutto a posto", hermoso, armonioso, bello.

Ahora que conozco de dónde viene lo entiendo más.