Visitas al blog

Mostrando entradas con la etiqueta Ari. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ari. Mostrar todas las entradas

martes, 19 de julio de 2016

Diario de viaje: Ari, Provincia de Chieti, Abruzzo, Italia

En busca del pueblo de mi abuelo Nicola



Como las casualidades no existen, en este viaje programado para visitar a mi amiga Marisa, tuve la oportunidad de compartir un encuentro familiar en Ortona, hermosa ciudad del Adriático que se encuentra a pocos minutos de Ari, en Chieti, el pueblito donde nació mi abuelo. Y mis amigos me llevaron hasta allí.



Para llegar a Ari, este pequeño pueblo de un poco más de 1000 habitantes y de 11,19 km², hay que subir, subir y subir por un camino de curvas y contracurvas entre una enmarañada vegetación con la vista impactante de la campiña. Desde Ari puede verse la franja del mar Adriático y las montañas de la Maiella, segunda cadena más importante de los Apeninos. O sea que yo que lloré de chiquita con  la novela "Corazón, de los Apeninos a los Andes", nunca pensé que mi abuelo venía de allí.


Nosotros lo llamábamos abuelo Nicola, sin embargo en su documento de identidad su nombre era otro, muy común en Italia: Carmine. Carmine Mariani. Alguien en la aduana de Buenos Aires cuando este niño de 14 años llegó, supuso que Carmine era nombre de mujer, entonces lo anotó como Nicola, y así con ese nombre entrañable lo llamamos siempre y lo recordamos hoy.


Mi abuelo decía que él era del Abruzzo, y ahora me doy cuenta de que él nombraba una región, como si nosotros dijéramos Cuyo, Mesopotamia o la Patagonia. Nunca salió de su boca- por lo menos yo nunca le escuché- nombrar a ese pueblito o paese con la palabra de solo tres letras: Ari, en la provincia de Chieti.



Mi abuelo vivió muchos años, más de ochenta. Tuvo una vida buena, honesta. Formó su familia, tuvo un hijo y una hija, cinco nietos. Trabajó como obrero textil en la Fabril Financiera en Bernal, cultivaba su huerta, sabía mucho de albañilería, le encantaba mantener su casa impecable. Era un hombre de pocas palabras, de sonrisa pícara y de abrazo fuerte.


Nacido por los años de la primera Guerra Mundial, me pregunto qué hambre, qué necesidades familiares y sociales habrán llevado a decidir a una madre campesina a poner a su hijo de 14 años en un barco en el puerto de Nápoles rumbo al puerto de Buenos Aires. 


Ahora que estuve en su pueblo de nacimiento me doy cuenta de que mi abuelo, como tantos otros, fueron expulsados del paraíso. Un caserío entre la montaña y el mar. En medio de la naturaleza. Rodeado de caras conocidas. ¿Qué habrá sentido mi abuelo cuando bajó del barco y se encontró con la "cabeza de Goliat", "la ciudad que nunca duerme", la misteriosa Buenos Aires?


La suerte lo llevó a Bernal, la pequeña ciudad del partido de Quilmes, que aún conserva su aire pueblerino. Me imagino que sería en aquel tiempo tranquila y llena de quintas. Seguramente allí mi abuelo se habrá sentido a gusto. 



En cada casa en la que vivió, don Nicola trató de reproducir la belleza que ahora les voy a mostrar en las fotos que saqué en Ari. Las macetas con malvones y geranios, las veredas impecables, la huerta, las mesas con azulejos. 



Nicola tuvo una vida buena, sí. Se casó con mi abuela María, le dio todos los gustos, tuvo sus perritos, amaba a sus nietos, andaba en bicicleta, se cocinaba sus guisos. Se sentaba a mirar orgulloso su jardín. 



Era mi abuelo materno, el único que conocí. Mi mamá lo amaba, con un amor digno de Electra. Él también la amba pero tuvo que tragarse muchas amarguras que no viene al caso contar en esta entrada. La más díficil de digerir fue la muerte de su hija cuando ella tenía 49 años y él un poco más de 70. Yo recuerdo la dignidad con la que vivió ese dolor.


Si mi abuelo Nicola pudiera ver allí donde esté estas fotos, estoy segura de que se pondría muy contento y orgulloso, porque su pueblo está "tutto a posto", hermoso, armonioso, bello.

Ahora que conozco de dónde viene lo entiendo más.