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lunes, 13 de marzo de 2017

Liliana Herrero a dos cuadras de casa

Un recital a corazón abierto




Cantora, intérprete, imaga de la tierra, Liliana Herrero vino a mi barrio y cantó en un lugar a mi medida.




Ya no sé si lo viví o lo soñé, pero en este lugar, en una mesita de madera rústica, en el viejo comedor de una fábrica abandonada, me hice adicta a la buena costumbre de ir caminando con amigos al encuentro de la buena música. La entrada es un bono para el artista que nunca supera los 250 pesos y el espacio se solventa con las empanadas, el vinito o los deliciosos guisos que preparan para los asistentes. 



Todo en Interlunio Club Cultural es cálido, armonioso y muy íntimo. Aquí pude emocionarme con Verónica Condomí, Gabo Ferro, Daniel Drexler. Me perdí a Fandermole y a Cabrera, pero no pierdo las esperanzas de que vuelvan por acá. Y lo mejor es que siempre calientan el escenario bandas quilmeñas de una calidad exquisita, elegidas con cuidado para que dialoguen con la poética de las estrellas invitadas. En esta oportunidad se lució el dúo Costurero.


Volviendo a Liliana Herrero, cantó con dos músicos espectaculares, Pedro Rossi, guitarrista y voz y el percusionista de lujo Mario Gusso. Y ella, con humildad y sabiduría nos entregó un recital variado en el que le dio vida a la poesía de canciones preciosas del Cuchi Leguizamón, de Falú, de Ana Prada, de Fernando Cabrera, de Fito Páez... Y otras que no me acuerdo, porque en mi ignorancia nunca había escuchado.

Cuando canta Liliana mueve los brazos como alas y sonríe con los ojos, con el alma. Nos sumerge en el reflejo del agua barrosa que trae una zamba o nos explica que el corazón es una achura que es mejor asar al fuego lento del amor.


A mí todo el tiempo me corrían las lágrimas y se me escurrían por la sonrisa... Esa sensación de plenitud que me provoca el arte cuando es vida y es amor. Una sensación de intimidad, de ternura y humanidad.

Por eso, a mí, no me alcanzó con aplaudir. Cuando terminó con varios bises, me paré y le grité: "Gracias, Liliana".


Todas las fotos son de mi amigo Marcelo Solís. ¡Gracias, Marcelo!

Aquí de yapa, mi canción favorita de todo el recital, "La casa de al lado" de Fernando Cabrera, letra y música:


   No hay tiempo, no hay hora, no hay reloj,
no hay antes ni luego ni tal vez,
no hay lejos, ni viejos, ni jamás, 
en esa olvidada invalidez.
Si todos se ponen a pensar, 
la vida es más larga cada vez,
te apuesto mi vida una vez más, 
aquí no hay durante ni después.
Dejá, no me lo repitas más, 
nosotros y ellos, vos y yo,
que nadie se ponga en mi lugar,
 que nadie me mida el corazón.
La calle se empieza a incomodar, 
el baile del año terminó,
los carros se encargan de cargar
 los restos del roto corazón.
Aquí no hay tango, 
no hay tongo ni engaño,
aquí no hay daño 
que dure cien años,
por fin buen tiempo,
 aunque no hay un mango,
estoy llorando
 estoy me acostumbrando.
Acá en esta cuadra viven mil,
 clavamos el tiempo en un cartel,
somos como brujos del reloj, 
ninguno parece envejecer,
Mi abuelo me dijo la otra vez, 
me dijo mi abuelo que tal vez,
su abuelo le sepa responder 
si el tiempo es más largo cada vez.
Se pasa el año, se pasa volando,
ya no hay más nadie que pueda alcanzarlo,
y yo mirando sentada en el campo, 
cómo se pasa el año volando.
No pasa el tiempo, no pasan los años,
inventa cosas con cosas de antaño,
a nadie espera la casa de al lado, 
se va acordando,
se acuerda soñando.

(Letra y Música: Fernando Cabrera)






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