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martes, 28 de febrero de 2017

La La Land, de Damien Chazelle

La fábrica de sueños

Aviso: La La Land es un musical


Para algunos espectadores, el musical es un género menor o despreciable. Y esta es la crítica que muchos le han hecho a este film: "es aburrido", "está lleno de canciones", "la historia termina siendo lo menos importante"... ¡Claro, es que si no te gusta este género no entiendo porqué tiraste 140 pesos a la basura solo porque te dijeron que fue la película con más nominaciones al Oscar!

Sí, señores, La La Land es un musical, un hermoso musical del siglo XXI. Y su joven director, Damien Chazelle (1985), después de pensarlo mucho con su exitoso editor Tom Cross, establece claramente este pacto de lectura con el espectador en los primeros minutos de la película: un embotellamiento en la autopista en Cinemascope y Technicolor, la música más diversa que surge de cada auto detenido y una explosión coreográfica que nos deja boquiabiertos.


En esa ruta llena de obstáculos que impiden avanzar, se cruzan por primera vez Mia (Emma Stone), una actriz al borde de la frustración después de seis años de inútiles castings, y Sebastian (Ryan Gosling), un músico de jazz que sueña con ser dueño del mejor club de Jazz de Los Ángeles y su realidad próxima es tocar villancicos navideños en bares para sobrevivir. Ambos tienen un sueño que solo pueden conseguir en la Ciudad de las Estrellas adonde se dirigen.

A partir de ese momento son innumerables las alusiones, homenajes o intertextualidades a la época de oro del cine de Hollywood. Desfilan ante nuestros ojos imágenes que para los que estamos cerca de los 60 remiten directamente a la emoción y a la nostalgia. A la herencia cinéfila de mi madre, en mi caso. Hasta aparece la alusión autorreferencial del director a su exitosa Whiplash (2014) cuando aparece J K Simmons para reprimir los sueños de Sebastián.

El gran poster con la cara de Ingrid Bergman en el cuarto de Mia y su confesión: le encanta trabajar en un café de los estudios de cine porque todos los días puede ver la ventana del edificio de cartón piedra en la que se asomaban Humphrey Bogart e Ingrid en Casablanca... ¿Ustedes se acuerdan de cómo termina Casablanca? Pues yo sí, y creo que los espectadores como yo somos los que más podemos apreciar el trabajo preciosista de este director, que es muy joven y sin embargo supo jugar con la nostalgia de un pasado de oro.


Porque claro, cuando ni bien cuatro chicas empiezan a bailar con vestidos de colores y tacones de taco y tenés al lado la complicidad de alguien de tu edad  a quien poder codear y susurrarle Sweet Charity, tu cerebro y tu corazón aceptan ese desafío glorioso y lo agradecen.
Photo illustration by Slate. Images by Lionsgate, MGM, Paramount Pictures.
O cuando Mia y Seb bailan glamorosos entre las estrellas y vos te acordás de que querías ser Ginger Rogers para bailar con Fred Astair...
Photo illustration by Slate. Images by Lionsgate, MGM, Paramount Pictures.
Y cuando el baile en las piscinas te recuerda a las películas de Esther Williams y las coreografías perfectas y coloridas te ponen en la boca la sonrisa de Gene Kelly, aparece un sentimiento intransmisible, apolítico, ilógico: la constatación de que te habías olvidado de que la industria de Hollywood que tanto despreciás desde tu actual perspectiva pseudo intelectual te ha regalado muchas horas de genuina felicidad y ha moldeado tu emoción.

Photo illustration by Slate. Images by Lionsgate, MGM, Paramount Pictures.
Esta película también me regaló dos horas de sueños, música de la mejor (jazz "verdadero", jazz pop y la banda original de la película del joven Justin Hurwitz, que promete melodías inolvidables a lo Enio Morricone).

¿La historia? Mucho se habló de que demitifica los finales felices del cine de Hollywood. Para mí no, más que una historia de amor es la historia de dos soñadores que tuvieron la suerte de encontrarse en su camino, en el peor momento de oscuridad, con alguien que tuvo la generosidad de creer de corazón en el sueño del otro. Sin esa mirada luminosa y ese empujón de la gente que cree en nosotros es imposible aceptar y permitir que los sueños puedan hacerse realidad.

Ahhhh y el final... el final es una verdadera maravilla. A lo Mary Poppins, diría Daniel, y tiene razón.

Los dejo con la mirada de Emma Stone, omnipresente y bella en todo el film:




2 comentarios:

  1. Ay... Tu descripción de las virtudes de esta película es perfecta, pero a mí no me gustó... No sentí ninguna empatía por los personajes, no me conmovieron, no me involucré con su historia, no me importó qué suerte corrieran, no creí en su amor... Cuando esto no sucede, nada- ni siquiera toda la maravilla que tan bien reseñás- alcanza para que disfrute de una peli, todo ese andamiaje se me vuelve cartón pintado, estética vacía... Rescato especialmente la músic y la actuación de Emma Stone, pero su compañero me resulta la mar de insípido... Raro, ¿no? Pero así de singular es el gusto (y sus razones), doña. Le mando un gran abrazo!

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  2. ¡Hola, Betina!Ja, ja... película controvertida... Mi suegra fue al cine con una amiga que a los diez minutos se levantó ofendida porque no le gustan los musicales. Y ya a los diez minutos le dio el ultimatum.
    Más que razones del gusto, yo creo que son muy importantes los contextos, cuándo vemos una película o leemos un libro (me refiero a circunstancias, edad, etc.)
    Yo desde el principio me enganché con la maravilla y el recuerdo de cómo me gustaba bailar con Shirley MacLain o Ginger Rogers de chiquita... Y tuve que contenerme para no salir bailando del cine.
    Otro abrazo para vos.

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