“50/50” es una comedia aunque su tema
sea el cáncer. Basada en una experiencia real, cuenta cómo transita la
enfermedad un joven de 27 años, en tono intimista y evitando el melodrama
característico de las películas de Hollywood que abordaron hasta el presente
historias basadas en la enfermedad innombrable.
Joseph Gordon-Levitt y Seth Rogen protagonizan y
producen esta película que bien podría haber sido una de las tantas que se han
realizado en los últimos años que hacen un culto a la amistad entre varones,
con toques de misoginia para justificar esas absorbentes relaciones entre
machos. Sin embargo, este film,
sostenido por dos actores que trasuntan credibilidad, toma el punto de vista de
Adam, un muchacho tímido y querible que de repente se enfrenta a un diagnóstico
inconcebible: él tiene cáncer y puede morir. Debe someterse a quimioterapia y
según lo que leyó en Internet tiene tantas posibilidades de salvarse como de morir.
50/50.
Si hubiera visto esta película cualquier otro
día, creo que la ficción no hubiera
hecho tanta mella en mí. Si bien resulta intolerable la muerte traicionera, ésa
que viene con la guadaña a llevarse la flor que está por abrirse al sol, 50/50
no tiene golpes bajos, es más, hay cierto empecinado distanciamiento hacia el
dolor. Hay humor, hay mordaz cinismo. Sin embargo yo lloré, lloré mucho,
lloré todo lo que no había llorado en estos días por tanta muerte inútil, tanta muerte
tercermundista, muerte trucha, muerte entre hierros retorcidos. Lloré por los
51 muertos de la estación Once, lloré por Lucas, que podría haber sido yo, que
podría haber sido uno de mis hijos.
Tantas veces usaron los poetas la metáfora del tren
de la vida. Miguel Hernández nos atraviesa con su “Tren de los heridos”, ese
tren que transportaba a los jóvenes soldados mutilados de la Guerra Civil Española.
Un tren hospital ambulante. Pero ningún poeta habla del tren cáncer, el tren
que enferma, tren gusano de metal que inocula la peor de las miserias: la de
hacernos olvidar de nuestra dignidad humana, la que nos obliga a la resignación
de viajar peor que animales.
En mis 31 años de historia laboral tuve solo dos licencias
por enfermedad y las dos se debieron al tren. El Roca. La Plata-Quilmes.
Fueron cinco años, los más difíciles de mi vida. Salir a las 5 para
llegar al trabajo a las 8. Viajar sin vidrios, tiritando en invierno. Sufrir las demoras,
las cancelaciones, los apretujones. Yo no me acostumbré, mi cuerpo y mi mente
se enfermaron, me salvaron. Me mudé para
vivir cerca del trabajo. Pero en mí quedaron las cicatrices y esta semana las
sentí en carne viva.
Sé que cuando vean la película, esta asociación les parecerá
absurda. Porque como les dije, 50/50
es una comedia. Con los ojos tristes y la bella sonrisa de Joseph Gordon-Levitt
y toda la humanidad y la cara de buen tipo de Seth Rogen.
Yo también la vi y lloré. Yo la vi antes de las últimas tragedias, pero de todos modos me angustió esa sensación de soledad... de no saber dónde termina el amor y empieza la lástima. Al final tuve que ver un capítulo de alguna comedia para sacarme ese sinsabor, pero es una buena película. Te recomiendo: "My Son, My Son, What Have Ye Done", película rara del 2009, pero de un gran director: Werner Herzog. Beso grande! Seguiré leyendo!
ResponderEliminarLili, el tuyo es un escalofriante pero encantador relato. Lamentablemente en nuestro país, hay vidas que se pierden todos los días porque otras personas no hacen el trabajo que deben y otras no tienen moral. Creo que lo de Once nos golpeo a todos los argentinos. Porque esto era evitable, y fueron esas 51 personas pero podríamos haber sido cualquiera de nosotros, en estas o distintas circunstancias. Un beso grande y me encanta el blog!!
ResponderEliminarA mis queridos, ex-alumnos, nos se imaginan el orgullo enorme que produce saber que están leyendo mi blog.
ResponderEliminarLes mando un abrazo con todo mi amor.