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martes, 24 de enero de 2012

El gran río color de léon

"¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina."
Jorge Luis Borges

San Isidro y Magdalena
 
Nací en el hospital de Quilmes y desde que me enseñaron los puntos cardinales supe que el sol sale por el este, es decir, por el río. Quizás por eso mis ojos siempre tengan sed de horizonte.
Pertenezco a la generación que siente nostalgia por lo que fue el río antes de su contaminación irrevocable. Cuesta creer que el Río de Quilmes era un balneario para todos y hasta tenía un hotel... Crecí con los cuentos de mi papá sobre las formidables temporadas en los recreos. Mi papá, allá por los años cincuenta y tantos, era mozo en la Bristol, y con lo que ganó en un verano pudo hacerse la casa para casarse... Otros tiempos. Tiempos de picnics bajo los sauces, de películas al aire libre en la rambla de madera del Pejerrey Club, de puestitos de manzanas acarameladas y de copos de azúcar. Recuerdo especialmente esas noches bochornosas de verano, cuando mis padres cerraban el negocio, nos íbamos a comer sandwiches de milanesa, con la promesa de esa brisa fresquita que siempre encontrábamos en las escaleras de piedra que golpeaba el río.
Allí llevé en su primera visita a Quilmes, hace 27 años a Daniel, un 14 de febrero, cuando no sabíamos que ese día era San Valentín y empezó nuestro amor para toda la vida.
Y sigo volviendo al río, a caminar, a andar en bicicleta, buscando esa pureza que creía perdida pero este enero caluroso en que "no me fui de vacaciones", la volví a encontrar: la misma sorpresa, el mismo encanto a sólo una hora y media de mi casa.

En  primer lugar, (sólo porque fui antes) me referiré a San Isidro. "Qué poco original", dirán muchos. Pero recuerden, yo soy del sur del Gran Buenos Aires y para mí, llegar a Retiro para tomar la línea que va a Tigre fue como viajar a otro país.
Mi amiga Eri me estaba esperando para la gran bicicleteada y juntas fuimos recorriendo el hermoso y bien conservado centro histórico de San Isidro, con su catedral, su plaza, sus antiguas casonas de jardines secretos y esos increíbles árboles que se abrazan en el medio de las calles. Hileras de tipas centenarias, erguidas, que forman un verdadero techo de refrescantes hojas. En San Isidro, parece que no molestan las raíces que rompen las veredas ni las hojas en otoño. Embelesada, en todo el largo recorrido disfruté de esa sombra sagrada de los árboles.



Y así fuimos buscando los miradores, miradores de qué, se preguntarán... pues miradores del río. Desde la cima de esas bellas barrancas pudimos contemplar la cinta peltre del horizonte.


Y por casualidad, llegamos a la Quinta Los Ombúes, actual museo histórico que en el pasado perteneció a distintas familias patricias. Mi amigo Diego me explicó que los adelantados, desde Juan de Garay, otorgaban una "legua" por los servicios prestados a la corona. Una franja de tierra, toda la barranca hasta el río. Entramos a la casona en la que vivió la famosa Mariquita Sánchez de Thompson, con su patio de azulejos, sus frescas galerías y el imponente jardín cuyo límite es el río.



El segundo lugar es Magdalena. siguiendo la Av. platense 122 que empalma con la ruta provincial Nº 11 llegamos al "Náutico" de Magadalena. Allí nuestros amigos Susana y Guillermo fueron a acampar por una semana y ese día fuimos a visitarlos. Nos recibieron en su patio de sombra al lado de la carpa. Entre charlas y mates interminables, esperamos a que se hiciera tranquilo el asado. Cada tanto, al sol,  revoloteaba alguna soñolienta mariposa celeste. Después del almuerzo fuimos a bañarnos al río. Susi nos había prometido una sorpresa pero lo que vimos fue conmovedor. Una alfombra de flores blancas sobre un pasto muy verde se extendía ante nuestros ojos alucinados hacia los juncos y hacia el imponente "río color de león", como lo bautizó Lugones en su poema "A Buenos Aires".



Caminar por la playa para meternos en la agüita mansa, a la temperatura justa. Sentarnos en esa alfombrita del lecho donde se graba a la perfección la huella de esas breves olas. Jugar a la guerra, tirándonos bombas de arena mojada.... Fue un viaje a la infancia. O más atrás. Fue ver con mis propios ojos cómo habrá sido el paisaje virgen que avistaron aquellos primeros barquitos pintados que llegaron a los tumbos por la corriente zaina. En Magdalena el agua es transparente y la arena limpia. Los sauces nos convidan su buena sombra y las flores y las mariposas nos sorprenden con su inocencia.





4 comentarios:

  1. Un deleite tu relato. Con tantas percepciones en las que entra mi identidad. yo también nací en el hospital de Quilmes. Y ese rio tiene tanto de mítico en mi historia que no es casual que haya encontrado del otro lado del mundo mi taller junto a un río. Es diáfana tu escritura, se filtra, no cuesta, tiene la intensidad y veracidad femenina de los escritores latino americanos. Es visual.
    Muchas Gracias por este fragmento de identidad tan delicadamente dicho.

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  2. Eleonora, y tu me llevaste al río creyendo que era mozuelo, en buena hora y a toda honra como dirían algunos...
    Vengo de tierra de tilos y amplias veredas, pero el río mucho tuvo que ven en nuestro encuentro.
    Esta entrada la disfruté realmente por que en tu relato sos vos, 100% auténtica , aquí no hay comentarios de libros, ni análisis de películas extrañas ni exposiciones .Aquí te exponés vos y tus vivencias tan ricas y lindas de leer. No te olvides que vos de algo intrascendente haces una fiesta...
    Felicitaciones por este blog que realmente hacía falta.

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  3. Nací en Beccar y toda mi escolaridad transcurrió en el querido San Isidro que tan bien capturás y describís como viajera atenta. Mucho más tarde, la vida me llevó a Quilmes y allí conocí la ribera que ya desde chica la palpitaba evocada por los recuerdos de la abuela. Cualquiera fuese la anécdota nunca faltaba la alusión al balneario y los viajes de ida y vuelta en tranvía.
    Un paseo por todos los sentidos, Lili! Gracias por abrirnos la puerta a tan sensibles recuerdos.

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  4. Hermosa crónica. ¿No me digas que estuviste en Magdalena y no te diste una vuelta por Punta de Indio que es ahí nomás? Te encantaría ese monte de talas y espinillos en el que todavía, en invierno, puede verse algún que otro ciervo por lo que está considerado reserva nacional. Hay lugares muy cerquita de nuestro Quilmes que uno ni siquiera imagina que existen.

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